La semana pasada, al llegar a mi casa y despojarme de mi ropa para echarme a descansar, sucedió la más terrible tragedia de la historia en la vida de Aimeé (o sea la mía): mis botas -ésas que me han acompañado a lo largo de tres años y medio, testigo fiel mi caminar de un evento a otro, coprotagonistas de momentos maravillosos y otros verdaderamente fatales- se murieron. No fue como la otra vez en que se desprendió una parte de la suela (al llegar muy feliz y contenta a cubrir una rueda de prensa de Papirolas, allá en la lejanía de la Calle 2), pues aquello tenía una solución pronta... No, ésta vez no era otra cosa que la muerte: se descosieron para siempre, dejándome -casi- en un mar de lágrimas. Hasta me vi en la necesidad de mandarle un mensaje a Lalo gritando -por escrito- la pena que embargaba mi corazón.
Ante tal pérdida, me vi en la necesidad de usar de nueva cuenta alguno de los múltiples pares de botas negras que hay en mi clóset. El jueves me pusé unas que compré cuando estaba en Mural, hace mucho mucho tiempo. Recuerdo que Liliana también las había visto y decidimos dejar a la suerte quién tendría la posibilidad de hacerse de ese par antes que la otra. Me acuerdo lo feliz que me hacían en aquel momento esas botas, pero ahora no... estaba acostumbrada a la comodidad infinita de mis botas darketonas.
El viernes decidí ponerme unos tenis. También de esos zapatos que estaban en la oscuridad del armario. Lalo me dijo que no volviera a usarlos porque estaban deprimentes, pero en realidad estaba yo tan triste sin mis botas, que no noté que los tenis efectivamente estaban fatales.
El sábado me encontré otro par de botas, unas que mi mamá me prestó cuando estaba embarazada pensando que podría usar con mi pata de elefante. No me sirvieron entonces, pero esta vez las utilicé, aunque un poco a disgusto, pues no me sentía yo misma.
Y es que en verdad es impresionante cómo un "algo", como unas botas, pueden convertirse en un elemento básico de la identidad de una persona. Ásí son mis botas. Con ellas no tengo que decir quién soy, porque ellas hablan por mi. Con ellas me siento yo y sin ellas, quién sabe en quién carajos me convierto.
El martes pasé a una zapatería y me hice de un par de botines de la marca "Establo" (¡Uh!), obviamente no satisfacían del todo mi necesidad identitaria, pero al menos sirvieron para sentirme un poco más yo.
Hoy por la mañana, cerca de las diez, le envié un mensaje a Lalo para que me acompañara a buscar mi identidad. Quedamos de vernos en el periódico después de las 12:30. Al final, me fui a San Yoni con Ricardo y Lalo cayó allá para acompañarnos en la ardua búsqueda de mi objeto identitario.
Pasamos por tres changarritos, en uno de ellos encontré unas botillas que me hacían feliz. Después volvimos al primer sitio que encontramos y vi otras, con cierre y agujetas que me hacían más o menos feliz.
Al final me decidí por ésas y puedo decir con absoluta certeza que justo en este momento soy la mujer más feliz del mundo. Por supuesto que al llegar de vuelta al periódico me quité las que había comprado ayer para usar estas hermosas prendas.
Es impresionante lo bien que se ven cubriendo mis pies. Son las botas más maravillosas del mundo. Ya me siento lista para andar otros tantos años teniéndolas como compañeras fieles. Y lo más importante... ya me siento yo otra vez; he vuelto a la luz después de estar perdida durante una semana en tierra de nadie.