El martes pasado fui a ver a Renato.Tenía muchas ganas de conocer al pequeño que estuvo en la panza de Natalia; el que esperaban en el agua, pero tuvo que llegar a través de una ventana que abrieron los médicos en el vientre de su madre; el que aún antes de nacer, podía verse en los ojos de Tona... y sentirse... y gozarse.
Había olvidado ya lo pequeños que son los bebés con días de nacidos (20, si mal no recuerdo). Renato es pequeñito -aunque quizá lo veo así porque Alexiel está enorme-, tiene ojos grandes y una lengüita que saca una y otra vez, como un pajarito; tiene las manos grandes y mil de cabello.
Es un bebé dulce. Se antoja abrazarlo fuerte, pero eso definitivamente no debe hacerse, porque luego anda uno aplastando inocentes niños... pero se antoja.
Tona lo mira con una ternura impresionante. Dice mi mamá que antes los papás no eran así, claro, les daba gusto la llegada de sus hijos, pero tal vez no se notaba tanto como ahora. A Tona se le nota muchísimo la felicidad y eso se contagia.
Tona dijo que no había podido dormir Renato, que quizá por eso estaba inquieto. Lo cargué un momento (en verdad ya no recuerdo cómo se cargan los bebés de ese tamañito), pero después lo deposité en los brazos de su papá y finalmente se tranquilizó y durmió.
Natalia no estaba, había salido a registrar de Renato en el IMSS y al doctor. Llegó cuando Tona ya había puesto a su hijo (¡uy, qué raro suena esto!) en el bambineto. Sin tocarlo, Natalia se quedó mirando con ternura al bebé.
¡Qué linda pareja hacen Natalia y Tona! Pero ahora hacen un trío estupendo. ¡Qué bueno que llegó Renato con este par!
...pero además, qué bueno que lo han traído a esta tierra, para que Alexiel tenga un amigo con quién jugar.
Gracias a Tona y a Natalia por presentarme a Renato.
La mamá y Renato.
El papá y Renato.
* Como nota a pie de página quiero hacer constar que además el depa de Tona y Nata está súper chido.