"¿Hay forma de echarme para atrás?", preguntaba sabiendo que la respuesta era NO. Al cabo de unos minutos llegó Héctor, el camillero, para trasladarme a la sala del pánico. Ahí, varada frente a un reloj, vi cómo los minutos pueden trasformarse en una tortura. Pensé que la manecilla de los minutos estaba descompuesta, pues tardaba HORAS en dar el paso de un puntito al otro.
Llegó el momento. "A la sala dos", escuché a alguien decir e inmediatamente después me llevaron hacia allá. "Que no se nos olvide mi Cora", no supe si lo dije o lo pensé una vez que entré a ese lugar.
Después de un rato, alguien en sus cinco sentidos se dio cuenta de lo incómodo que era para mi el suero en esa vena... no es que la fulana (o sea yo) fuera roñosa y no alguantara un pirquetito, la neta del planeta es que esa aguja me estaba dando en la torre y maltratando mal pedo mi brazito. Ese alguién, que ya ni supe quién fue, hizo que me agujeraran otra vena, la adecuada para los sueros del mundo y ya no hubo más dolor, ni siquiera cuando me aplicaron la epidural y me fui de lleno al país de las hormiguitas que se instalaron en mi vientre y piernas.
Sólo sentí unos jalones en la panza y percibí un olor a quemado en los siguientes minutos, después de echarme un sueñito, justo antes de escuchar que ya venía el hijo. En ese momento me puse muy atenta para verlo venir. No lo vi, pero un poco después lo escuche llorar, vi pasar una masita llena de menjurge blanco y supe que era mi Alien convertido en Alexiel, nombre que resulta extraño para casi todo el mundo excepto para mi y para Luis, quien grabó una parte del procedimiento de desalienización del pequeño mimo llorón que salió de la panza.
Unos segundos los tuve cerca de mi, después lo pusieron en los brazos de Luis y al cabo de un rato, pequeñito, se alejó de mi para ser analizado a profundidad y checar que en su llegada a la Tierra no hubiese brotado algún problema en su cuerpesillo.
Ya no supe más de mi... dormí un rato en lo que cerraban la herida y después me divertí cambiando de una camilla a otra hasta llegar a la habitación y escuchar que el bebé estaba hermoso y que, no es por presumir, se parecía mucho a mi.
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